miércoles, 29 de junio de 2011

Amor a la Eucaristía (IV)

En esta última entrada sobre la Eucaristía quiero poner todas las reflexiones de Web Católico de Javier sobre el Santísimo Sacramento. Son cortitas y fáciles de leer.

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MISTERIO DE FE"El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y yo en él( .. ) Sin embargo hay algunos que no creen( .. ) Por eso os he dicho que ninguno puede venir a Mí si no te fuera dado por el Padre" (Jn 6, 56, 64-65)
 


"Oiga, no tengo fe", me decía preocupado y contrariado un chaval. Al preguntarle por la causa de esa inesperada afirmación, contestó: - Porque cuando estoy delante del sagrario no siento nada y no acabo de ver ahí a Jesucristo.

No. No es eso la fe. La fe no es SENTIR, ¡ es ASENTIR¡ ¡decir con la cabeza que crees eso! La fe es un regalo de Dios por el que yo afirmo con mi cabeza (aunque no lo vea y no lo entienda) que lo que Dios dice es verdad; ¿Cómo no va a ser verdad si Él ha hecho todo?
"La presencia de Jesús en la Eucaristía, bajo dimensiones tan pequeñas y en tantos lugares a la vez, parece plantear dos aparentes dificultades: ¿Cómo puede un cuerpo humano estar presente en un espacio tan pequeño?, y ¿cómo puede un cuerpo humano estar en varios lugares a la vez? Estas dificultades, claro está, son sólo aparentes. Dios lo hace, luego puede hacerse. Hay que recordar que Dios es el autor de la naturaleza, el Amo y Señor de la creación. Las leyes físicas del universo fueron establecidas por Dios, y Él puede suspender su acción si lo desea, sin que cueste un esfuerzo a su poder infinito" (Jesús Martínez, "Hablemos de la fe).

Si has hecho el Camino de Santiago a pie o en bicicleta, cuando se deja la provincia de León y se sube el puerto del Poio, se pasa por la Capilla de Cebreiro, donde una tradición muy fuerte, corroborada por fuentes históricas y arqueológicas, sostiene lo que sigue. Un monje celebraba Misa un día de gran tempestad: lluvia, viento, frío.

Y un paisano de Baxamaior, pueblecito al pie de esa montaña, sube el puerto para oír la Misa. El monje celebrante, de poca fe, menosprecia el sacrificio del campesino, como pensando: ¡qué exagerado! ¡con el tiempo que hace... y viene a Misa desde allá abajo! En el momento de la consagración el monje percibe cómo la Hostia se convierte en carne sensible a la vista, y el vino del Cáliz en sangre, que hierve y tiñe los corporales con la sangre.

Dame, Dios mío; una fe grande. Yo comeré la Carne de Cristo con cariño y frecuencia para que permanezcas y crezcas en mí. Pero Tú dame una fe más grande: que esté convencido de que vale la pena hacer cualquier esfuerzo por mi parte para poder estar contigo físicamente junto al Sagrario, o recibirte. Quiero visitarte todos los días un momento. Y cuando pase junto a una Iglesia quiero siempre saludarte, al menos con el corazón, desde fuera, diciéndote "Hola".

 PRESENCIA REAL

"Discutían entre los judíos diciendo: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: en verdad, en verdad os digo, que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día." (Jn 6, 52-53)

S. Lewis, es un escritor británico al que se le muere su mujer, Hellen, de la que estaba profundamente enamorado. Sus    primeros días y semanas como viudo son tremendamente duros para él: vacío, soledad, impotencia, recuerdos, amor y fe. ¡Cuánto echa de menos a su mujer! Y se da cuenta de que ahora a su mujer sólo la tiene en imágenes: en imágenes de fotografías que conserva en casa, o en imágenes que guarda en el pensamiento. Y que esas imágenes no son Hellen. Esas imágenes le consuelan poco, porque lo que él necesita es a Hellen, y no imágenes de ella; esas imágenes no tienen importancia en sí mismas. Y escribe que al día siguiente por la mañana, un cura le hará comulgar una Hostia fría, pequeña, redonda e insípida. Y se pregunta si es una desventaja, o acaso en cierto modo una ventaja, que esa Hostia no se parezca nada a lo que realmente es esa Hostia. Y expresa con fuerza: "necesito a Jesucristo y no a nada que se te parezca. Quiero a Hellen y no a nada que se le asemeje a ella".

Tenemos a Jesucristo en el Sagrario; aunque la Hostia no se parece a Él, es Él. Lo que tiene importancia es que la Hostia es Cristo, y lo de menos es que la Hostia se parezca a Cristo.

Santa Teresa afirma sin dudar, que es una gran ventaja que en la Hostia no aparezca Jesucristo en toda su grandeza: "Además, si viéramos tan gran majestad, ¿cómo se atrevería una pecadorcilla como yo, que tanto le he ofendido, a estar tan cerca de Él?" De hecho cuenta que cuando se acercaba a comulgar, a veces "se me erizaban los pelos y todo parecía que me aniquilaba". "¡Quién se atrevería, si le viéramos con tan gran majestad, a acercarse a Él con tanta tibieza, tan indignamente, con tantas imperfecciones!" Y reza: "¡Oh, Señor mío! Si no encubriérais vuestra grandeza ¿quién se atrevería a ir tantas veces, cosa tan sucia y miserable con tan gran majestad?".

Jesús, es a Ti a quien necesito, y eres Tú quien está en el sagrario. No me importa que no se parezca la Hostia a tu persona: es más, mejor que no se parezca. Creo, pero quiero creer más: que me dé cuenta, que sea consciente de que estás vivo, esperándome, escuchándome, apoyándome, animándome, orientándome... en el sagrario. Y gracias.

CUIDARLE COMO MERECE

"Sin mí no podéis nada" (Jn 15, 5)

Un famoso arquitecto protestante fue a ver una iglesia católica nueva, interesado por el valor artístico. Dado que el párroco no estaba en casa se sirvió del monaguillo para que le enseñara el templo. Al pasar por delante del altar en que se guarda el Santísimo, el chico hizo una genuflexión:
Oye, ¿por qué haces eso?
Y el chico expuso como pudo la doctrina católica sobre la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.

- Entonces, ¿tú crees que Dios está real y verdaderamente presente en el tabernáculo?

La respuesta fue afirmativa:

- ¡Caramba! Si yo supiera que esto es cierto, andaría de rodillas por toda la iglesia."
- Por supuesto que no vamos a andar arrodillados por las iglesias u oratorios, pero sí podemos darnos más cuenta de quién vive allí, de quién es ese lugar: porque allí vive Dios, ¡ nada más y nada menos!

Que cuando entremos en la Iglesia nuestra primera mirada vaya al sagrario. Que las primeras palabras se las digamos a Él. Que cada vez que pasemos ante el Sagrario hagamos una genuflexión bien hecha: la rodilla derecha en el suelo, mientras con los ojos se le mira y con el corazón se le dice algo. Que nos movamos por allí con respeto.

Porque allí vive Dios, en la iglesia no hablamos en voz alta, ni comemos, ni fumamos, ni nos sentamos directamente en el banco al llegar, sino que le saludamos antes poniéndonos un momento de rodillas, ...

Porque allí vive Dios, cuidamos el modo de vestir, ponemos flores, colaboramos todos para que el edificio se mantenga lo mejor posible, procuramos que haya arte, ... Y cuando nos acercamos al altar hacemos una buena genuflexión, porque adoramos a Jesucristo que está realmente en el Sagrario.

¿Cómo estás en la Iglesia? ¿Tratas a Dios con reverencia? ¿Tienes un santo temor de Dios, por tratar a Dios como se merece? ¿o a veces se podría decir que estás en la Iglesia como en un salón de actos, como en el cine?
 
Sin Ti, Señor, no puedo nada, Pero te tenemos tan cerca, con nosotros, ¡tan a nuestro alcance! Siempre que algo me preocupe, o me alegre, quiero sentir la necesidad de acudir a Ti, de acercarme a un sagrario, en cuanto me sea posible, y hablar de eso contigo. Y allí los dos a solas, Tú y yo, preguntarte, contarte, pedirte, reír, llorar, agradecerte, ... María y San José, que le tratásteis, con tanto cariño a Jesús: ayudadme a cuidarle yo en el sagrario; a veces me despistaré y me puedo olvidar de que le tengo ahí cerca: llevadme vosotros a Él. Gracias.

SENTIRSE AMADO

Viene a mi memoria -escribía San Jose María Escrivá de Balaguer- una encantadora poesía gallega, una de esas Cántigas de Alfonso X el Sabio. La leyenda de un monje que, en su simplicidad, suplicó a Santa María poder contemplar el Cielo, aunque fuera por un instante. La Virgen acogió su deseo, y el buen monje fue trasladado al paraíso. Cuando regresó, no reconocía a ninguno de los moradores de su monasterio: su oración, que a él le había parecido brevísima, había durado tres siglos. Tres siglos no son nada, para un corazón amante. Así me explico yo esos dos mil años de espera del Señor en la Eucaristía. Es la espera de Dios, que ama a los hombres, que nos busca, que nos quiere tal como somos limitados, egoístas, inconstantes, pero con la capacidad de descubrir su infinito cariño y de entregarnos a Él enteramente."

¡Veinte siglos esperando! Se dice pronto, pero... eso no lo hace cualquiera. Es importante sentirse amado por Dios cuando estamos delante de Jesús Sacramentado.

¡Qué bien se está junto al Sagrario cuando se ve su amor, cuando uno sabe que Él le estaba esperando. "Os diré -continúa el autor- que para mí el sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones, nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro."

Y por otro lado, que Él se sienta amado por ti, especialmente cuando comulgas. Mira lo que dice el evangelio: "No deis las cosas Santas a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas y revolviéndose os despedacen " (Mt 7, 6).

La Iglesia ha aplicado estas palabras de Jesús a la administración de los sacramentos, y de modo singular a la Eucaristía: debemos recibirle bien preparados, dignamente.

Para comulgar es preciso estar bautizado, darse cuenta de lo que se hace y estar en gracia de Dios. Y la Iglesia nos pide que guardemos una hora de ayuno. Si cumplimos estas condiciones podemos recibir dignamente y con fruto la Eucaristía.

Y si no estamos en gracia de Dios, no debemos comulgar. Escribe un poeta: "Soy el pan de los ángeles. Y pobre del que me reciba en pecado como Judas. Soy la muerte en la boca, soy el infierno en el vientre de aquel despavorido" (Ibáñez Langlois).

Pero ese es el mínimo. Es bueno que nos preparemos lo mejor posible para un encuentro tan íntimo con Dios dentro de mí.

"Por eso, escribe Santa Teresa; pienso que si nos acercamos al Santísimo Sacramento con gran fe y amor, que una vez bastaría para hacernos ricas, ¡cuánto más recibiéndole tantas veces!, pero parece que nos acercamos a Él por cumplido y así nos luce tan poco".

Quiero, Jesucristo, acudir perseverantemente ante el sagrario, físicamente o con el corazón, para sentirme seguro, para sentirme sereno: pero también para sentirme amado.., ¡y para amar!


Yo quisiera Señor recibiros con aquella pureza, humildad y devoción, con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.


ALIMENTO

"Sin mí no podéis nada " (Jn 15, 5)
"Danos hoy nuestro pan de cada día" (Mt 6, 11)

Imagínate un viaje en el que tienes que recorrer, como en todos los viajes, un camino. Pero resulta que ese camino no es de tierra, ni de carretera asfaltada, ni de piedras: es un camino de tiempo. No andas metros, sino que andas tiempo. Al cabo de un rato de empezar ese viaje, en vez de encontrar señales indicando los kilómetros que has andado, te indican que has andado horas, días, años,... Pues eso es la vida: un viaje que no para. Todos, por eso, estamos de viaje.

La vida es un viaje, sí; pero ¿a dónde se viaja? A la otra vida, donde ya no hay tiempo y que ya es una vida para siempre. Los cristianos sabemos que estamos de viaje hacia el Cielo.

Pues bien: La Iglesia nos dice que la Eucaristía es panis viatorum, el pan de los que están de viaje. En este viaje largo hacia el Cielo el alimento que tenemos es la Eucaristía.

Los ciclistas, en ciertos puntos de las etapas largas, tienen un AVITUALLAMIENTO, donde les dan alimento, comida, para poder continuar. Si no lo hacen así pueden tener una "pájara". Así los cristianos en este largo viaje de tiempo, para poder vivir como cristianos, para poder amar, perdonar, vencer en las luchas, etc... necesitamos comer a Cristo.
 Teresa de Calcuta decía que el trabajo que hacen las misioneras de la Caridad es muy duro: todo el día entre los más pobres de entre los pobres. Cuando le preguntan que cómo pueden aguantar dice que la fuerza la toman cada mañana adorando a Jesús en la Eucaristía, la Misa y la Comunión. "Si no fuese por eso, dice, no podríamos aguantar".

Jesús, estoy de viaje hacia el Cielo: llevo ya años, no sé cuántos me quedarán. Pero sí sé que Tú eres mi alimento. Procuraré comulgar con frecuencia para tener vida eterna, más gracia, más fuerza y así llevar un paso fuerte y seguro. Y si alguna vez me da la pájara... ya sé por qué es y qué tengo que hacer. Gracias, Señor, porque eres mi Dios y te has hecho mi Pan, el Pan de mi alma. Gracias.

LO TENEMOS AHÍ AL LADO

Cuenta el evangelio que un día de los que salió Jesús con algunos de sus discípulos en barca por el gran lago de Genesaret, Jesús se quedó dormido a bordo. Cambió el viento, y se levantó una violenta tempestad, tan grande que los discípulos se pusieron bastante nerviosos: aquellas olas amenazaban con volcar la pequeña embarcación. Tan cansado estaba Jesús que sigue dormido. Los discípulos hacen lo que pueden, pero al final, ya casi paralizados por el miedo, parece que se dan cuenta de que allí al lado tienen a Jesucristo, y le despiertan: ¡Jesús, despierta, que morimos! Se levanta, ordena la calma, y les dice: ¡hombres de poca fe!

Todos los pasajes del evangelio se repiten hoy día. Cuántas veces nos ponemos nerviosos ante situaciones concretas, y nos cuesta darnos cuenta de que tenemos a Jesucristo a nuestro lado, realmente presente en los Sagrarios. Y nos cuesta acudir a Él llenos de fe. Aceptamos y creemos que está en la Eucaristía, pero a veces queda como una verdad teórica, y no influye en nuestras vidas: no sentimos su seguridad, su compañía, su presencia.

Auméntanos, Señor, la fe. Que te sepamos siempre a nuestro lado. Que recurramos a Ti espontáneamente. Sé siempre Tú nuestro refugio y nuestra fortaleza, nuestro apoyo, nuestro "paño de lágrimas", nuestro Dios cercano, nuestro Amigo, nuestro Médico, nuestro Maestro, nuestra seguridad.
Gracias.



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