lunes, 27 de junio de 2011

Amor a la Eucaristía (II)

 
Ayer se celebraba la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo en España. El Corpus Christi.
En esta fiesta, yo creo que sería muy recomendable que todo católico fuera a ver la procesión del Corpus. Y, en ocasiones, hasta se puede hacer el recorrido completo.
¿Por qué?
Porque así estamos amando a Dios, adorándole, pasando un rato con Él en oración.
Porque es una manifestación de nuestra fe. Más que en ninguna otra procesión. Porque en esta está el mismo Dios. Es Jesucristo. Su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
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Pero, por supuesto, nuestra adoración no puede ser sólo de un día.
Tenemos que comenzar a descubrir el valor de la Eucaristía.
Leí hace algunos días una homilía que decía "Si comprendiéramos lo que significa la Eucaristía nos enamoraríamos de ella".
¡Y tiene razón! Estaríamos constantemente visitando al Señor en el sagrario. Caeríamos de rodillas dando gracias, pidiendo, charlando como quien habla con cualquier amigo.
Iríamos a la Santa Misa todos los días que pudiéramos. Y en ella no seríamos sólo espectadores, sino que participaríamos conscientes de lo que allí está ocurriendo. La Palabra nos enseñaría y "Pan vivo bajado del cielo" nos fortalecería. Aprenderíamos a -como decía aquella homilía- "ofrecernos con la hostia inmaculada, no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él".
 
Pero... Que abandonado está el Señor en tantos y tantos sagrarios del mundo.
Lo peor, es que el Señor no nos necesita. Él ha querido hacerse comida por nosotros. Ha querido necesitar de nosotros. Pero en el fondo, no nos necesita. Nosotros lo necesitamos a Él. No podemos vivir sin Él.
Él es nuestro ALIMENTO, nuestro REFUGIO. Él es el Señor.
"Nos has hecho, Señor para tí, y nuestro alma está inquieta hasta que descanse en tí."
Y el sagrario ha de ser nuestro descanso. Si tenemos una Iglesia cerca, allí debería ser dónde visitáramos al Señor. Dónde le confiáramos todas nuestras dificultades, que Él, bondadoso Señor, escucharía.
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Pero, si no nos damos cuenta de esto, si nunca pensamos en el sagrario, en la Eucaristía. Debemos llegar al punto de hacernos una importante pregunta: ¿De verdad creo que Jesús está en el Sagrario? ¿De verdad creo que el Señor baja en la consagración y por medio del milagro de la transustanciación hace que el pan y el vino se conviertan en su Cuerpo y en su Sangre?

Cuentan de una mujer que durante la procesión del Corpus exclamó en un pueblo (En el que el Santísimo Sacramento iba en un paso y que la custodia era una especie de edificio de plata): "¡Desde luego! Cada vez procesiónan cosas más raras... Diiigo... Ese montón de hierros pasearlo por la calle..."
 
Hace tiempo, robaron de madrugada en una Parroquia cercana el sagrario con dos copones repletos de Hostias Consagradas en su interior.
- Los medios de comunicación dieron más importancia al robo de uno de los enseres de la cofradía de la Parroquia que al robo de los dos copones.
-Todo el pueblo se volcó con la Cofradía, muy pocos se interesaron por el robo del Sagrario.
Tan sólo una persona demostró su aflicción: El párroco. En la Misa de la tarde se encontraba descompuesto, con la tensión por las nubes, llorando a lágrima viva...
Sólo repetía las palabras de la Magdalena "Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".

Y algunos parroquianos decían "¡Que exagerado el cura! Repitiendo las palabras de la Magdalena... ¡Ni que fuera para tanto!"
No es cuestión de juzgar a esos parroquianos... Nosotros podríamos llegar a decir lo mismo, sin pararnos a pensar. ¿Dónde está la clave para no llegar a eso?
¡Adoremos a la Eucaristía! ¡Adoremos al Señor! ¡Alabado sea Jesús Sacramentado!
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A lo largo de estos días quiero ir poniendo algunas reflexiones sacadas de Web Católico de Javier sobre el Corpus Christi:
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LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI
"Esto es mi Cuerpo" (Mt 26,26)

Hoy fijamos con más atención nuestra mirada en la Sagrada Hostia, donde Jesús está. Y estamos de fiesta porque es una suerte, un regalo de Dios tener a Jesucristo tan cerca realmente, a nuestro lado; y es una suerte, un regalo ver cuánto nos quiere Dios: hasta el punto de quedarse real y físicamente, bajo los accidentes del pan y del vino. ¡Dios que se hace pan!... ¡para estar cerca de mí! ¡y para alimentarme a mí!
Un día de verano mientras celebraba la Misa un padre agustino, una mosca revolotea alrededor del cáliz, que está sin cubrir. Aunque el sacerdote aleja la mosca con la mano, ésta vuelve una y otra vez hacia el cáliz, posándose en él de vez en cuando. La mosca es tan insistente, que acaba por distraer a todos. 
 
Cuando termina la Misa, el sacerdote se dirige a los asistentes: quizás os hayáis distraído, pero yo pensaba que todos nosotros deberíamos ser como esa mosca; buscar la Sangre de Cristo, su cercanía, una y otra vez, con insistencia.

Dile al Señor que durante estos días quieres ser como esa mosca: revolotear a su alrededor. Y aunque las actividades del día te alejen de Él físicamente, que te ayude a llevar tu cabeza hacia los sagrarios muchas veces cada día. ¡Búscale!, búscale muchas veces en el sagrario durante estos días.

Gracias, Dios mío, por amarme tanto. Lógico que me ames porque soy tu hijo. Pero... ¡que hayas hecho la locura de hacerte Pan! Y ¿cómo te tratamos los hombres? ¿cómo te trato yo? Señor, quiero visitarte, adorarte más,... Y perdona si hasta ahora no te he hecho el caso que debería. Gracias.


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